domingo, 8 de outubro de 2017

A Correctio Filialis encontra um aliado involuntário em Joseph Ratzinger



Carlos Esteban, Ifovaticana, 7 de Outubro de 2017

Cuando cuatro cardenales hicieron pública su respetuosa petición al Papa para que aclarara determinados puntos oscuros de la exhortación Amoris Laetitia, las famosas Dubia, el anuncio inició un debate en sordina sobre cuestiones centrales para la fe que afectan a tres sacramentos e incluso al concepto mismo de pecado.

Pero el segundo capítulo de esta saga, la «correctio filialis» firmada por una cuarentena de teólogos y pensadores a los que se han sumado muchos otros, plantea un nuevo debate en la Iglesia: ¿es lícito por parte de los fieles criticar las enseñanzas de un Pontífice?

De hecho, el grueso de los ataques por parte de los teólogos de corte y sus aliados mediáticos ha consistido, más que en responder a las gravísimas acusaciones que contiene el escrito, a cuestionar la licitud de la medida en sí, así como a desdeñarla aludiendo al reducido número de los firmantes y a su escaso brillo en un sector, el teológico, por lo demás jerarquizado de acuerdo a criterios más periodísticos que objetivos.

Pero los partidarios de la corrección han encontrado un aliado de peso, si bien absolutamente involuntario por lo que sabemos, en el Papa Emérito y predecesor de Francisco: Benedicto XVI.

La persona, en realidad, no el Papa, ya que deberíamos hablar de Joseph Ratzinger, que ya en 1969 sostenía que criticar las declaraciones papales no solo era posible, sino aun necesario, si el Pontífice se desviaba del Depósito de la Fe y la Tradición Apostólica.

Ya Papa, Benedicto XVI incluyó estos mismos comentarios en una antología de sus escritos publicada en 2009 bajo el título ‘Fe, Razón, Verdad y Amor’. En ellos, el ahora Papa Emérito explica literalmente que las críticas a los pronunciamientos papales «serán posibles e incluso necesarias, siempre que estas carezcan de apoyo en la Escritura y el Credo, es decir, en la fe de toda la Iglesia».

Cuando no se dispone ni del consenso de toda la Iglesia ni de evidencias claras en las fuentes, no es posible una decisión definitiva vinculante. Si se tomara una de manera formal, carecería de las condiciones para tal acto, y por tanto habría que cuestionar su legitimidad».

Los límites de la infalibilidad papal y la obligación de cualquier fiel de resistir doctrinas contrarias al Depósito de la Fe han sido temas que parecen haber preocupado a Ratzinger a lo largo de toda su carrera eclesial. Así, en 1998, como Prefecto para la Doctrina de la Fe, escribía: «El Romano Pontífice, como todos los fieles, está sujeto a la Palabra de Dios, a la fe católica, y es garante de la obediencia de la Iglesia; en este sentido es servus servorum Dei. No toma decisiones arbitrarias, sino que es portavoz de la voluntad del Señor, que habla al hombre en las Escrituras, vividas e interpretadas por la Tradición; en otras palabras, el ‘episkope’ de la primacía tiene límites fijados por la ley divina y por la constitución divina e inviolable de la Iglesia que se halla en la Revelación. El Sucesor de Pedro es la roca que garantiza una rigurosa fidelidad a la Palabra de Dios frente a la arbitrariedad y el conformismo: de ahí la naturaleza martirológica de su primado».