sexta-feira, 17 de março de 2017

Monsenhor Negri: «Os antipapistas de antes tornaram-se hiperpapistas para uso e consumo próprio»

La Iglesia ha dado un giro tras la renuncia de Benedicto XVI

InfoCatólica, 8 de Março de 2017

Mons. Luigi Negri, arzobispo de Ferrara, asegura en una entrevista concedida a Rimini2.0 que tras la renuncia de Benedicto XVI se ha producido un giro en la Iglesia en el cual el pontificado de Francisco está en el centro de las discusiones.

La entrevista con monseñor Negri se realizó en la sede de la Archidiócesis de Ferrarra y Comacchio el día en que festeja los 4 años de su nominación como obispo. «Cuatro años bellísimos y cansadísimos» explica Negri que, alcanzados los 75 años de edad, el próximo 3 de junio dejará la guía de la diócesis ferrarense a monseñor Gian Carlo Perego.

El prelado italiano asegura que «después de la «renuncia» de Benedicto hemos asistido a un giro en la Iglesia. De hecho es un dato que el pontificado de Francisco está en el centro de discusiones. Desde una parte, quizás históricamente lejana de la Iglesia, se asiste a una celebración del nuevo papa, desde ambientes definidos más tradicionalistas vienen críticas y dudas…»

«Además», añade, «se ha producido una «damnatio memoriae» de la inmensa obra de los pontificados de Bendicto XVI y Juan Pablo II. Entre otras cosas es incomprensible que hayan encontrado acreditación en la Santa Sede personalidades equívocas y discutibles. Equívocos porque están privados de la competencia científica. De la «Gaudium e Spes» emerge que la Iglesia debe respetar la libertad y autonomía de la investigación técnica y científica («la autonomía legítima de las realidades terrenales»), porque la investigación, con métodos realmente científicos y según las normas morales, no está en contradicción con la fe. Es justa la reacción a estas elecciones incomprensibles por parte de tantos ambientes científicos, que ven preferir científicos menos competentes e ideologizados en sentido anti católico.»

Preguntado por el debiltamiento evidente de la voz de la Iglesia Católica en cuestiones bioéticas, Mons. Negri responde:

«Esto es un aspecto desconcertante. El ministerio nunca debe ser callado. También en este caso parece que hemos olvidado el esplendor de los pontificados del siglo XX. En aquellos casos asistíamos a una pertinencia absoluta en el juzgar, para después hacer fluir, desde este juicio, la caridad.

Ahora asistimos a una «vulgata» que pone en duda las mismas palabras de Dios, hay una contraposición entre doctrina y pastoral, entre verdad y caridad.

Sobre este punto bastaría la fulgurante definición del Cardenal Cafarra: «La pastoral sin verdad es puro arbitrio.»

Por desgracia, en la Iglesia ahoran pululam asociaciones y grupos que dan indicaciones y normas de comportamiento sobre todas las cuestiones, sin considerar la verdad.

La Iglesia siempre se ha batido para defender lo humano. Si el mundo destruye lo humano y yo ayudo al Mundo, entonces también yo destruyo lo humano. «Por desgracia la impresión es que personas vecinas a la Iglesia ayudan a esta destrucción de lo humano.»

– Un caso que está dividendo el mundo católico está representado de los «dubia» alzados de cuatro cardinales sobre la exhortación apostólica Amoris Laetita del papa Bergoglio. La respuesta a este «dubia» no llega, ¿según su juicio el papa Francisco debería afrontar los problemas puestos?

«La Amoris Laetitia necesita una explicación. Por desgracia la guía final de la Iglesia todavía calla. Yo pienso que el Santo Padre debe responder, aunque parece que ha decidido lo contrario. Por desgracia ha surgido una autentica histeria contra estos cuatro cardenales a los que han acusado de todo. Hay quien ha llegado a sugerir quitarles el birrete cardenalicio. Se trata de episodios estomagantes. Los antipapistas de antes se han vuelto hiperpapistas para uso y consumo propio».


Traducido por Josep Maria Fontdecaba Climent,
del equipo de traductores de InfoCatólica





domingo, 12 de março de 2017

Jornalista diz: «Europeus são afeminados e as mulheres estão em perigo»

https://www.youtube.com/watch?v=ea0JFyzg8Pk




Os quatro pregos com que Bergoglio fixa o seu pensamento



Foram os critérios directores desde a sua juventude. 

Agora inspiram o seu modo de governar a Igreja.


São aqui analisados pela primeira vez

por um filósofo e missionário.

Sandro Magister, Roma, 19 de Maio de 2016

¿Cuál es el criterio rector del papa Francisco,
de su magisterio líquido, jamás definitorio, deliberadamente abierto a las interpretaciones más contradictorias?

Es él mismo quien recuerda cuál es, al comienzo de la «Amoris laetitia»:

«Recordando que 'el tiempo es superior al espacio', quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales».

Más adelante, en la misma exhortación, Francisco traduce así ese criterio: «Se trata de generar procesos más que dominar espacios».

«El tiempo es superior al espacio» es efectivamente el primero de los cuatro criterios rectores que Francisco enumera y describe en el documento programático de su pontificado, la exhortación «Evangelii gaudium». Los otros tres son: la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea, el todo es superior a la parte.

Es a lo largo de su vida que Jorge Mario Bergoglio se inspira en estos cuatro criterios, principalmente en el primero. El jesuita argentino Diego Fares, al comentar la «Amoris laetitia» en el último número de «La Civiltà Cattolica», cita ampliamente los apuntes de conversación con el entonces provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, fechados en 1978, todos ellos «sobre el ámbito del espacio de acción y sobre el sentido del tiempo».

No solo eso. El bloque entero de la «Evangelii gaudium» que explica los cuatro criterios es la transcripción de un capítulo de la inconclusa tesis de doctorado escrita por Bergoglio en los pocos meses que vivió en Alemania, en Frankfurt, en 1986. La tesis se centraba en el teólogo ítalo-alemán Romano Guardini, quien es efectivamente citado en la exhortación.

Quien reveló este trasfondo de la «Evangelii gaudium» fue el mismo papa Francisco, en un libro publicado en el 2014 en Argentina, sobre sus años «difíciles» como jesuita:

«Aunque no llegué a completar mi tesis, el estudio que hice en ese entonces me ayudó mucho para todo lo que vino después, incluida la exhortación apostólica 'Evangelii gaudium', visto que en ella toda la parte sobre los criterios sociales está extraída de mi tesis sobre Guardini».

Es entonces indispensable analizar estos criterios, si se quiere comprender el pensamiento del papa Francisco.

Esto es lo que hace en el texto que sigue a continuación el padre Giovanni Scalese, de 61 años de edad, barnabita, desde el 2014 jefe de la misión «sui iuris» de Afganistán, único puesto de avanzada de la Iglesia Católica en ese país, donde también desarrolla roles diplomáticos como secretario de la embajada de Italia.

Además de misionero en India y en Filipinas, y asistente general de la orden de los Barnabitas, el padre Scalese fue profesor de filosofía y rector en el Colegio alla Querce, de Florencia.

De este colegio él tomó para sí el nombre «Querculanus», con el cual firma las reflexiones que confía a un blog en el cual se puede leer íntegramente su texto, aquí un poco abreviado:

> I postulati di papa Francesco

Entre otras cosas, Scalese observa que es en virtud de estos postulados suyos de sabor historicista y hegeliano que el papa Franciso polemiza continuamente contra la naturaleza abstracta de la «doctrina», oponiéndole una «realidad» a la que aquélla se debería adecuar.

Como olvidando que la realidad, si no es iluminada, guiada y ordenada por una doctrina «corre el riesgo de desembocar en un caos».

__________


Os quatro postulados do papa Francisco

Giovanni Scalese

Pueden ser considerados como los postulados del pensamiento del papa Francisco, desde el momento que, además de resultar recurrentes en su enseñanza, son presentados por él como criterios generales de interpretación y evaluación.

Ellos son:

– el tiempo es superior al espacio;

– la unidad prevalece sobre el conflicto;

– la realidad es más importante que la idea;

– el todo es superior a la parte.

En «Evangelii gaudium», n. 221, Francisco los llama «principios». Personalmente, considero por el contrario que ellos pueden ser considerados «postulados», término que en el vocabulario Zingarelli de la lengua italiana designa una «proposición carente de evidencia y no demostrada, pero admitida igualmente como verdadera en cuanto necesaria para fundamentar un procedimiento o una demostración».

Siempre en «Evangelii gaudium», n. 221, el Papa afirma que los cuatro principios «brotan de los grandes postulados de la Doctrina Social de la Iglesia».

Pero los que en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia son señalados como «principios permanentes» y «verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica» son más bien la «dignidad de la persona humana», el «bien común», la «subsidiaridad» y la «solidaridad», a los cuales están vinculados el destino universal de los bienes y la participación, además de los «valores fundamentales de la vida social» como la verdad, la libertad, la justicia y el amor.

Ahora bien, es difícil captar la derivación de los cuatro postulados de «Evangelii gaudium» de los llamados «principios permanentes» de la doctrina social de la Iglesia. O por lo menos tal derivación no es tan evidente: es necesario sacarla a la luz y no darla por descontada.

El hecho es que ellos han sido siempre los principios primeros del pensamiento del papa Francisco. El jesuita argentino Juan Carlos Scannone nos informa que «cuando Jorge Mario Bergoglio era provincial, en 1974, ya los usaba. Yo formaba parte con él de la congregación provincial y lo he escuchado mencionarlos para iluminar distintas situaciones que se trataban en ese foro».

Hay que tener presente que en 1974 Bergoglio tenía 38 años, era jesuita desde hacía dieciséis años (1958), se había graduado en Filosofía una década atrás (1963), era sacerdote desde cinco años antes (1969), era provincial desde hacía un año (1973-1979) y todavía no había estado en Alemania (1986) para completar sus estudios. Parecería entonces que esos cuatro postulados son el resultado de las reflexiones personales del entonces joven Bergoglio.

En la exhortación apostólica «Evangelii gaudium» Francisco los vuelve a proponer, «con la convicción de que su aplicación puede ser un genuino camino hacia la paz dentro de cada nación y en el mundo entero» (n. 221).

Primer postulado: «el tiempo es superior al espacio»

Entre los cuatro postulados, éste parecería ser el más apreciado por el papa Francisco. Lo encontramos enunciado por primera vez en la encíclica «Lumen fidei» (n. 57). Lo volvemos a encontrar, junto con los otros tres principios, en «Evangelii gaudium» (nn. 222-225). Posteriormente es retomado en la encíclica «Laudato si’» (n. 178). Por último, es citado, dos veces, en la exhortación apostólica «Amoris laetitia» (nn. 3 y 261).

Pero es el menos inmediatamente comprensible en su formulación. Se torna claro sólo cuando se lo explica. «Evangelii gaudium» lo aclara de la siguiente manera:

«Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad» (n. 223).

Es más concisa la exposición de «Amoris laetitia»: «Se trata de generar procesos más que de dominar espacios» (n. 261). Pero en esta última exhortación apostólica se hace una sorprendente aplicación del principio en cuestión:

«Recordando que el tiempo es superior al espacio, quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Esto sucederá hasta que el Espíritu nos lleve a la verdad completa (cf. Jn 16,13), es decir, cuando nos introduzca perfectamente en el misterio de Cristo y podamos ver todo con su mirada. Además, en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos locales» (n. 3).

Debemos reconocer sinceramente que la derivación de esa conclusión a partir del principio examinado no es tan inmediata y evidente como el texto parecería suponer. Parece dar a entender que la esencia del primer postulado está en el hecho que no se debe pretender uniformar todo y a todos, sino dejar que cada uno recorra su propio camino hacia un «horizonte» (nn. 222 y 225) que permanece más bien indefinido.

En la entrevista publicada por el padre Antonio Spadaro en «La Civiltà Cattolica», el 19 de setiembre de 2013, Francisco expone el principio en una perspectiva más teológica:

«Dios se manifiesta en una revelación histórica, en el tiempo. El tiempo inicia los procesos, el espacio los cristaliza. Dios se encuentra en el tiempo, en los procesos en curso. No necesita privilegiar los espacios de poder respecto a los tiempos, también largos, de los procesos. Debemos comenzar procesos más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia. Esto hace privilegiar las acciones que generan dinámicas nuevas. Requiere paciencia y espera» (p. 468).

En la revista «PATH», de la Pontificia Academia Teológica (n. 2/2014, pp. 403-412), don Giulio Maspero identifica las fuentes del principio en san Ignacio [de Loyola] y en Juan XXIII - citados por Francisco en la entrevista concedida al padre Spadaro –, y en el beato Pedro Fabro, citado en «Evangelii gaudium», n. 171, mientras que excluye como fuente a Romano Guardini, también citado en EG, n. 224. En el principio se reconoce «una profunda raíz trinitaria», mientras que su clave hermenéutica, de naturaleza puramente teológica, se encuentra en la afirmación de la presencia y de la manifestación de Dios en la historia. Francamente, cansa un poco seguir el razonamiento de don Maspero en este comentario apasionado suyo del principio de la superioridad del tiempo respecto al espacio.

Personalmente, en lugar de las raíces teológicas – que todavía hay que probarlas – no puedo no advertir en la base del primer postulado algunos filones de la filosofía idealista, como el historicismo, el primado del devenir sobre el ser, el surgimiento del ser a partir de la acción («esse sequitur operari»), etc. Pero es un discurso que debería ser profundizado por los expertos en el ámbito científico.

Segundo postulado: «La unidad prevalece sobre el conflicto»

También este principio fue enunciado por primera vez en la encíclica «Lumen fidei» (n. 55). Su tratamiento más extenso se encuentra en «Evangelii gaudium» (nn. 226-230). Lo encontramos por último en la encíclica «Laudato si’» (n. 198). EG parte de una constatación:

«El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad» (n. 226).

Y describe tres actitudes:

«Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso» (n. 227).

La tercera actitud se basa en el principio: «la unidad es superior al conflicto», que es calificado precisamente como «indispensable para construir la amistad social» (n. 228). Este principio inspira el concepto de «diversidad reconciliada» (n. 230), recurrente en la enseñanza del papa Francisco, sobre todo en el campo ecuménico.

El gran problema de este postulado es que supone una visión dialéctica de la realidad, muy similar a la de Hegel:

«La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna» (n. 228).

Esta «resolución en un plano superior» recuerda mucho a la «Aufhebung» hegeliana. No parece casual entonces que después, en el n. 230, se hable de una «síntesis», que evidentemente supone una «tesis» y una «antítesis», los polos en conflicto entre ellos. También en este caso habría que profundizar el discurso.

Tercer postulado: «La realidad es más importante que la idea»

Éste está expuesto en «Evangelii gaudium» (nn. 231-233) y es retomado posteriormente en «Laudato si’» (n. 201):

«Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría» (EG 231).

Podría parecer que este postulado es el más fácilmente comprensible y aceptable, el más cercano a la filosofía tradicional. La profundización que hace «Evangelii gaudium» es muy atractiva y, a primer vista, absolutamente compartible:

«La idea – las elaboraciones conceptuales – está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así como se suplanta la gimnasia por la cosmética» [Platón, «Gorgias», 465] (n. 232).

En la citada revista de la Pontificia Academia Teológica, el padre Giovanni Cavalcoli se deja llevar a un entusiasta comentario de este principio, asimilándolo, sin posteriores puntualizaciones, al tradicional realismo gnoseológico aristotélico-tomista.

Pero en mi opinión no tiene en cuenta dos aspectos importantes:

– el contexto en el que se expone el principio, que es un contexto sociológico con repercusiones de carácter pastoral. «Evangelii gaudium» no es un ensayo de filosofía del conocimiento: aunque se trata de un principio filosófico, el tercer postulado es utilizado en función del desarrollo de la convivencia social y de la construcción de un pueblo (n. 221);

– y el lenguaje utilizado, que no es un lenguaje técnico. Cuando en el documento se habla de «idealismos y nominalismos ineficaces» no se está refiriendo a las corrientes históricas del idealismo y del nominalismo, ya que es muy cierto que se usa el plural. Sobre todo los términos «idea» y «realidad» son entendidos en un sentido diferente de aquél en que podría entenderlos la gnoseología tradicional. La «realidad» de la que se habla en «Evangelii gaudium» no es la realidad metafísica, sinónimo de «ser», sino una realidad puramente fenoménica. La «idea» no es la simple representación mental del objeto, sino que – como señala el texto mismo – es sinónimo de «elaboraciones conceptuales» (n. 232) y, en consecuencia, de «ideología». Por otra parte, el uso de expresiones existenciales como, por ejemplo, el verbo «convocar» habría debido dar a entender inmediatamente que no se trata del lenguaje escolástico tradicional.

Estas observaciones tienen consecuencias importantes. El postulado «la realidad es más importante que la idea» no tiene nada que ver con la «adaequatio intellectus ad rem» [adecuación del intelecto a la cosa]. Esto significa más bien que debemos aceptar la realidad tal como es, sin pretender cambiarla en base a principios absolutos, por ejemplo, los principios morales, que son solamente «ideas» abstractas, que la mayoría de las veces corren el riesgo de transformarse en ideologías. Este postulado está a la base de las continuas polémicas de Francisco contra la doctrina. En este sentido, es significado cuanto afirmó el papa Bergoglio en la entrevista en «La Civiltà Cattolica»:

«Si el cristiano es restauracionista, legalista, si quiere todo claro y seguro, entonces no encuentra nada. La tradición y la memoria del pasado deben ayudarnos a tener el valor de abrir nuevos espacios en Dios. El que hoy busca siempre soluciones disciplinarias, el que tiende en forma exagerada a la 'seguridad' doctrinal, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, tiene una visión estática e involutiva. De este modo la fe se convierte en una ideología entre muchas» (pp. 469-470).

Cuarto postulado: «El todo es superior a la parte»

Encontramos este principio expuesto ampliamente en «Evangelii gaudium» (nn. 234-237) y retomado después sintéticamente en «Laudato si’» (n. 141):

«El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza» (EG 235).

Aquí se aprecia el intento de tener juntos los dos polos que están mutuamente en tensión – el todo y la parte – y que en EG se los identifica con la «globalización» y la «localización» (n. 234). La valorización de la parte, que no debe desaparecer en el todo, es representada por la figura geométrica, querida por el papa Francisco, del poliedro, en contraposición a la esfera (n. 236).

El problema es que el principio, tal como está formulado, no expresa ese equilibrio entre el todo y las partes. Habla abiertamente de la superioridad del todo respecto a las partes. Esto está en contraste con la doctrina social de la Iglesia, la cual declara efectivamente que la persona es un ser constitutivamente social, pero reafirmando al mismo tiempo su primado y su irreductibilidad en el organismo social (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nn. 125 y 149; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1878-1885). Existe el riesgo que, al limitarse a repetir el cuarto postulado sin precisiones ulteriores, éste pueda ser entendido en sentido marxista y justificar así la anulación del individuo en la sociedad.

Hay que tener presente que también desde un punto de vista hermenéutico la relación entre el todo y las partes no es descrito en términos de superioridad sino de circularidad, el llamado «círculo hermenéutico»: el todo es interpretado a la luz de las partes; las partes a la luz del todo.


Conclusiones

Que en la realidad en la cual estamos viviendo existen polaridades es un hecho difícilmente discutible. Lo que cuenta es la actitud que asumimos frente a las tensiones que experimentamos cotidianamente en nuestra vida. De la consideración de los cuatro postulados en su conjunto parecería que se debe concluir que la actitud más acorde es la de poner juntos los polos que se oponen, pero suponiendo que uno de los dos es superior al otro: el tiempo es superior al espacio; la unidad prevalece sobre el conflicto; la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte.

Personalmente, he considerado siempre que las tensiones son más bien «gestionadas»; que es utópico pensar que ellas puedan ser, mientras estamos en esta tierra, definitivamente superadas; que por otra parte es un error tomar partido por uno de los dos polos contra el otro, como si el bien estuviera solamente en un lado y en el otro sólo hubiera mal (una visión maniquea de la realidad siempre rechazada por la Iglesia). El cristiano no es el hombre del «aut aut» [o...o], sino del «et et [y...y]». En este mundo hay – ¡debe haber! – espacio para todo: para el tiempo y para el espacio, para la unidad y para la diversidad, para la realidad y para las ideas, para el todo y para las partes. No se excluye nada, en caso contrario sufre el desequilibrio de la realidad, que puede llevar a conflictos devastadores.

Otra observación que se podría hacer al término de esta reflexión es que la exposición de estos cuatro postulados demuestra que, en el obrar humano, es inevitable dejarse conducir por algunos principios, que por su naturaleza son abstractos. No sirve para nada entonces polemizar sobre la naturaleza abstracta de la «doctrina», oponiéndole una «realidad» a la que debería simplemente adecuarse. Si no es iluminada, guiada, ordenada por algunos principios, la realidad corre el riesgo de desembocar en un caos.

El problema es: ¿cuáles principios? Sinceramente no se ve, porque los cuatro postulados de los que nos estamos ocupando pueden orientar legítimamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo, mientras la mismísima legitimidad no puede ser reconocida en otros principios, a los que se reprocha continuamente su naturaleza abstracta y su carácter al menos potencialmente ideológico.

No se puede negar que la doctrina cristiana corre el riesgo de transformarse en ideología. Pero el mismo riesgo se sigue de cualquier otro principio, incluidos los cuatro postulados de «Evangelii gaudium»; con la diferencia que éstos son el resultado de una reflexión humana, mientras la doctrina católica se basa en una revelación divina.

Que no nos suceda hoy lo que le ocurrió a Marx, quien, mientras acusaba de ideología a los pensadores que lo precedieron, no se dio cuenta que estaba elaborando una de las ideologías más ruinosas de la historia.





A maçonaria quer mesmo destruir a Igreja ou os papas exageraram ao condená-la?



Gelsomino Del Guercio, Aleteia, 5 de Janeiro de 2016

Fala a historiadora Ângela Pellicciari: os maçons estudaram estratégias subversivas para acabar com o poder eclesiástico

A Maçonaria tentou destruir a religião em Itália?

Agiu para extinguir a acção e a existência da Igreja católica
naquele país?

A resposta de Ângela Pellicciari, italiana historiadora do «Risorgimento» e professora de História da Igreja, é positiva: desde o seu nascimento, a Maçonaria propôs-se acabar com o poder da Igreja mediante acções subversivas, em geral subtis, que foram vigorosamente denunciadas e repudiadas pelos papas.

Ângela explica para a Aleteia: «A Maçonaria moderna nasceu em Londres em 1717. A Igreja emitiu a primeira das suas centenas de condenações e excomunhões em 1738, com a carta apostólica ‘In Eminenti’, do Papa Clemente XII. ‘Cheios de certa aparência afectada de honradez natural’, escreve o Papa sobre os maçons. E o Papa tem razão: a Maçonaria sempre tem nos lábios a palavra ‘moral’, mas a moral a que se refere não é a moral revelada».

A perseguição anti-religiosa

Ângela Pellicciari destaca uma afirmação feita em 1853 por J.M. Ragon, autoridade da Maçonaria francesa: «A Maçonaria não recebe a lei; é ela mesma quem a estabelece». E a historiadora segue em frente: «Pio IX e Leão XIII, os papas que assistem [na Itália] ao desmantelamento de todas as ordens religiosas católicas (apesar de o catolicismo continuar a ser a religião de Estado), à perseguição contra bispos e sacerdotes, à redução da maioria da população [italiana] à pobreza absoluta, obrigada à emigração massiva, identificam no ódio maçónico e protestante a origem anticatólica e, portanto, anti-italiana, de tanta violência e decadência».

Como foi o caso de França durante a revolução e durante o império do maçom Napoleão, ou ainda na América Latina, em Portugal e em Espanha, a Maçonaria é uma sociedade revolucionária que os príncipes apoiam «sem se darem conta de que estão assinando a sua própria ruína», sentencia a historiadora. «Os papas lançam o alerta com frequência, mas não são ouvidos. Sob o pontificado de Gregório XVI, a polícia descobre uma documentação de grande interesse sobre os carbonários (uma sociedade secreta de derivação maçónica) que mostra como o ódio contra a Igreja é acompanhado pelo ódio à família».

De facto, o sectário conhecido pelo pseudónimo de «Piccolo Tigre» [«Pequeno Tigre»] escreve aos seus companheiros de seita: «O essencial é isolar o homem da família, é fazê-lo perder os seus costumes […] Quando tiverdes insinuado em alguma alma o desgosto pela família e pela religião (e uma é quase sempre a continuação da outra), deixai cair alguma palavra que provoque o desejo de filiar-se à loja [maçónica] mais próxima […] O fascínio pelo desconhecido exerce sobre o homem tal poder que ele prepara-se a tremer para as fantasmagóricas provas da iniciação e dos banquetes fraternos».

A advertência de Pio VII

Em 1821, Pio VII escreve a propósito dos carbonários: «Eles simulam um singular respeito e um certo zelo extraordinário pela religião católica», mas «não são nada mais que dardos disparados com mais firmeza por homens astutos para ferir os incautos; estes homens apresentam-se como cordeiros, mas são lobos vorazes».

Segundo Pellicciari, um documento de 1819, conhecido com o nome de «Instrução permanente», ensina aos carbonários: «Deveis apresentar-vos com todas as aparências do homem sério e moral. Uma vez estabelecida a vossa boa reputação nos colégios, nas universidades e nos seminários, uma vez captada a confiança de professores e estudantes, fazei que procurem a vossa companhia principalmente os envolvidos na milícia clerical […] Trata-se de estabelecer o reino dos eleitos sobre o trono da prostituta da Babilónia: que o clero marche sob a vossa bandeira sem nunca duvidar de estar a marchar sob a das chaves apostólicas».

«Enterraremos a Igreja»

Os carbonários pretendiam infiltrar-se no clero. Em 18 de Janeiro de 1822, o «Piccolo Tigre» escreveu aos filiados da região italiana de Piemonte: «Servindo-vos do pretexto mais fútil, mas nunca político ou religioso, criai vós mesmos, ou ainda melhor, fazei com que sejam criadas por outros, associações que tenham como fim o comércio, a indústria, a música, as belas- artes. Reuni num lugar qualquer, inclusive nas sacristias e nas capelas, os vossos seguidores que ainda não sabem de nada; ponde-os sob a guia de um sacerdote virtuoso, conhecido, mas crédulo e fácil de enganar; infiltrai o veneno nos corações eleitos, infiltrai-o em pequenas doses e como que por casualidade; a seguir, vós mesmos vos surpreendereis com o vosso êxito».

Alguns anos mais tarde, o «primo» Vindice sintetiza assim o objectivo dos carbonários: «Começamos uma corrupção em grande escala, a corrupção do povo através do clero e a do clero por o nosso meio, a corrupção que, sem dúvida, nos levará um dia a sepultar a Igreja».

«Segredo, juramento, nenhum escrúpulo no uso de qualquer meio (porque, para eles, o fim justifica os meios), calúnia, mentira, homicídio, são as armas a que as associações secretas recorrem para levar os seus planos a termo», afirma a especialista. O juramento, em particular, acompanha todos os avanços nos graus maçónicos. No momento da entrada na loja como aprendiz, o candidato jura assim: «Prometo não revelar jamais os segredos da Livre Maçonaria; não dar a conhecer a ninguém o que me será exposto, sob pena de me cortarem a garganta, me arrancarem o coração e a língua, me rasgarem as entranhas, cortarem o meu corpo em pedaços, queimarem-no e reduzirem-o a pó a ser espalhado ao vento para execrada memória e eterna infâmia».

A denúncia dos papas

Começando por Clemente XII, todos os papas denunciam com firmeza, coragem, patriotismo e mediante análises filosóficas e históricas detalhadas os propósitos revolucionários das lojas que, exaltando a «liberdade», procuram a liberdade apenas para si próprias, formando dentro dos países uma espécie de «Estado no Estado», que dita por lei todos os aspectos da vida pública.

Em 1864, pouco depois do mérito «grandioso» que as lojas atribuem a si mesmas por terem desencadeado o maior ataque contra a Igreja católica na sua pátria de eleição (Roma e a Itália), os artigos 3 e 7 das constituições da Maçonaria italiana estabelecem: «Art. 3. Sua finalidade [da Maçonaria] directa e imediata é concorrer eficazmente à realização progressiva destes princípios na União, para que se tornem gradualmente lei efectiva e suprema de todos os actos da vida individual, doméstica e civil»; «Art. 7. A última meta dos seus trabalhos é a de reunir todos os homens livres numa grande família, que possa pouco a pouco suceder a todas as seitas fundadas na fé cega e na autoridade teocrática, todos os cultos supersticiosos, intolerantes e inimigos entre si, a fim de construir a verdadeira e única igreja da humanidade».

«Personificação permanente da revolução, [a Maçonaria] constitui uma espécie de sociedade ao contrário, cujo fim é um predomínio oculto sobre a sociedade visível e cuja razão de ser consiste na guerra contra Deus e a sua Igreja», escreve Leão XIII em 1902, pouco antes de morrer.

«A firme condenação da Igreja contra a Maçonaria», conclui Pellicciari, «contra todo o tipo de maçonaria vale até hoje, como recordou explicitamente o cardeal Ratzinger na declaração sobre a Maçonaria, de 1983».