quinta-feira, 9 de março de 2017

Sobre o remédio para os pecadores, as receitas opostas de Ratzinger e Bergoglio



Sandro Magister, Settimo Cielo, 3 de Fevereiro de 2017

Vistas las instrucciones de los obispos de la región de Buenos Aires – aprobadas por escrito por el papa Francisco –, de los obispos de Malta, de otros obispos también y por última de la Conferencia Episcopal de Alemania, ahora es evidente que el argumento principal sobre el cual los innovadores se palanquean para justificar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar es el esbozado en esta frase sugestiva de «Amoris laetitia», a su vez retomada por «Evangelii gaudium», el documento programático del actual pontificado:

«La Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles».

Ésta es una afirmación que está frecuentemente asociada – también en la predicación de Jorge Mario Bergoglio – a las comidas que Jesús compartía con los pecadores.

Pero es también una afirmación que ha sido sacada a la luz y criticada a fondo por Benedicto XVI.

Basta confrontar los textos de uno y de otro Papa para verificar cuanto contraste hay entre ellos.

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En el papa Francisco, la asociación entre la Eucaristía y las comidas con los pecadores es postulada en forma alusiva y con el estudiado auxilio de notas a pie de página:

En «Amoris laetitia» el pasaje clave está en el parágrafo 305:

«A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado – que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno – se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia».

La nota 351 se conecta con este parágrafo:

«En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, 'a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor' (Exhort. ap. Evangelii gaudium [24 noviembre 2013], 44: AAS 105 [2013], 1038). Igualmente destaco que la Eucaristía 'no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles' (ibíd, 47: 1039)».

Si después seguimos con «Evangelii gaudium», esto es lo que se lee en el parágrafo 47:

«Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera. […] La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles».

También aquí con un envío a una nota, la 51:

«Cf. San Ambrosio, De Sacramentis, IV, 6, 28: PL 16, 464: 'Tengo que recibirle siempre, para que siempre perdone mis pecados. Si peco continuamente, he de tener siempre un remedio'; ibíd., IV, 5, 24: PL 16, 463: 'El que comió el maná murió; el que coma de este cuerpo obtendrá el perdón de sus pecados'; San Cirilo de Alejandría, In Joh.Evang. IV, 2: PG 73, 584-585: 'Me he examinado y me he reconocido indigno. A los que así hablan les digo: ¿Y cuándo seréis dignos? ¿Cuándo os presentaréis entonces ante Cristo? Y si vuestros pecados os impiden acercaros y si nunca vais a dejar de caer – ¿quién conoce sus delitos?, dice el salmo –, ¿os quedaréis sin participar de la santificación que vivifica para la eternidad?'».

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En Joseph Ratzinger, teólogo y Papa, por el contrario, nos encontramos en presencia de una argumentación ajustada, que apunta a a probar la insostenibilidad de la asociación entre la Eucaristía y las comidas de Jesús con los pecadores, con las consecuencias que se derivan de ello.

He aquí cómo él desarrolla esa argumentación en las páginas 422-424 del volumen XI de su Opera Omnia, «Teología de la Liturgia», publicado en el 2008 a cargo del actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Gerhard L. Müller:

«La tesis según la cual la Eucaristía apostólica se vuelve a vincular con la cotidiana convivencia comunitaria de Jesús con sus discípulos […] se radicaliza en amplios círculos, en el sentido que […] se hace derivar la Eucaristía más o menos exclusivamente de las comidas que Jesús llevaba a cabo con los pecadores.

«En esas posiciones se hace coincidir la Eucaristía según la intención de Jesús con una doctrina de la justificación rígidamente luterana, como doctrina de la gracia concedida al pecador. Si en definitiva las comidas con los pecadores son admitidas como único elemento seguro de la tradición del Jesús histórico, resulta de ello una reducción de toda la cristología y teología a este punto.

«Pero de esto sigue después una idea de la Eucaristía que ya no tiene nada en común con la tradición de la Iglesia primitiva. Mientras que san Pablo define el acercamiento en estado de pecado a la Eucaristía como un comer y beber «la propia condenación» (cf. 1 Cor 11, 29) y protege a la Eucaristía del abuso mediante el anatema (cf. 1 Cor 16, 22), aparece aquí incluso como esencia de la Eucaristía que ella sea ofrecida a todos sin ningún distingo ni condición previa. [En este caso] ella es interpretada como el signo de la gracia incondicional de Dios, que como tal se ofrece inmediatamente también a los pecadores, más aún, también a los no creyentes. Es una posición que, sin embargo, tiene ahora muy poco en común con la concepción que tenía Lutero de la Eucaristía.

«El contraste con toda la tradición eucarística neotestamentaria en la que cae la tesis radicalizada refuta el punto de partida: la Eucaristía cristiana no fue comprendida partiendo de las comidas que Jesús celebró con los pecadores. […] Un indicio contra la derivación de la Eucaristía de las comidas con los pecadores es su carácter cerrado, que lo continúa el rito pascual: así como la cena pascual se celebra en la comunidad doméstica rigurosamente circunscrita, así también desde el comienzo había para la Eucaristía condiciones de acceso bien establecidas; desde el comienzo ella era celebrada, por así decir, en la comunidad doméstica de Jesucristo, y es de este modo que se ha edificado la 'Iglesia'».

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Es evidente que de esta argumentación de Ratzinger deriva la prohibición de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, y no sólo a ellos: prohibición que ha encontrado clara expresión en su magisterio como Papa, al igual que en el magisterio de sus predecesores.

Del mismo modo, no sorprende que de las afirmaciones alusivas del papa Francisco deriven interpretaciones favorables a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar: interpretaciones no sólo consentidas por él, sino explícitamente aprobadas.

El contraste existe. Y a juzgar por los argumentos de Ratzinger no es sólo un contraste práctico, «pastoral», sino uno que roza los pilares de la fe cristiana.





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